RobertoWan

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7 Jun 2023

Emociones

Recostado sobre la cabecera de la cama pienso en preguntas que no tienen respuestas. Muchas de ellas simples.

Un amigo me llamó relatándome lo siguiente:

Buenos días Roberto, disculpa que te moleste pero creo que necesito algún tipo de consejo. Acabo de discutir con mi mamá, la verdad es que creo que necesito ayuda y mejorar mi relación con ella ya que no está del todo bien.

Al preguntarle que había pasado me dijo:

Yo estaba incómodo por varias cosas que ella había hecho, pero el motivo por el cual estallé fue que dejó sucia una jarra y cuando lo llené de agua recién me di cuenta. Entonces le reclamé y le dije de manera hiriente que ella no hacía las cosas de manera correcta y se molestó conmigo.

Era claro que mi amigo se sentía mal por lo que había hecho y algo en él no le permitía aceptar su mala conducta hacia su madre.

Entonces recordé una enseñanza que abrió mi entendimiento cuando lo escuché.

Muchas veces nos sentimos con derecho a descargar nuestro mal humor, ira y odio hacia quienes nos han ofendido y nos sentimos justificados cuando devolvemos la ofensa -ojo por ojo, diente por diente-, diciendo “me has provocado” y lo hacemos para que sienta el mismo dolor que hemos sentido y entonces cargamos el arma para herir, matar u ofender, y llegan a la mente los errores de nuestra víctima y ofendemos para dejarlo agonizando y así sentirnos vengados por lo que hemos recibido.

A todo esto ¿Será cierto que podemos despotricar, pegar u ofender a los demás por que fuimos provocados?

Los titulares de noticias constantemente anuncian asesinatos y maltratos de todo calibre y el causante suele justificarse diciendo: “Es que ella me provocó, él me insultó, me engañó, me pegó, me abandonó, etc”.

 Si la emoción (en este caso, enojo) es un fenómeno que se genera dentro de nosotros ¿Tiene sentido decir que son los otros los que nos hacen enojar? ¿Acaso las acciones de los demás por sí solas introducen en nosotros algún tipo de alteración neuroquímica que genera ese estado de enojo?

La respuesta lógica es que no, no son los otros los que nos hacen enojar, pues entre sus acciones y mi reacción hay otro fenómeno interno que a veces pasa desapercibido; y es, la interpretación que yo hago de sus acciones.

Esa interpretación (lo que yo me digo de eso que pasó) es la que me hace enojar, y eso mantiene lo anteriormente señalado de manera lógica, o sea, que la emoción es un estado que se genera dentro de nosotros (por nuestra propia causa y no por causas externas únicamente).

Una prueba a favor de ese argumento es que frente a una misma situación dos personas pueden reaccionar diferente: una con mucha cólera y otra con calma. Y es bastante probable que lo que explica esa diferencia no sea lo que los otros hicieron (pues fue lo mismo), sino la interpretación que cada individuo hizo de lo que los otros hicieron.

Pregunto: ¿Vivimos pensando que son los demás los que nos hacen enojar? ¿Notamos en gran parte que nosotros mismos somos los que generamos nuestras propias emociones respecto a lo que sucede en realidad?

Una vez mi jefe me llamó la atención y corrigió mi trabajo delante de muchos compañeros, empecé a sentirme muy incómodo y quería gritarle, pero decidí no hacerlo por obvias razones, luego me sentí mejor por no haber reaccionado de esa manera que habría incluso afectado a mi situación laboral.

Respondí a mi amigo que lo mejor sería que se disculpara con su madre y que practique el autocontrol en cada momento.

 

Robertowan

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